Wednesday, August 31, 2011

Discernment - How Can I Learn God's Will for Me?



Discernimiento
¿Cómo saber cuál es la voluntad de Dios para mí?
Dr. Peter Kreeft

¿Hay una sola opción correcta para Dios cada vez que tomo una decisión?
Cuando oramos pidiendo sabiduría para discernir la voluntad de Dios al elegir una pareja, una carrera, un cambio de trabajo, una mudanza, un hogar, una escuela, un amigo, unas vacaciones, cómo gastar el dinero, o cualquier otra opción –grande  o pequeña–, es decir, cuando hay dos o más caminos que se abren delante de nosotros y tenemos que elegir, ¿es la voluntad de Dios que tomemos uno de ellos en particular? Si es así, ¿cómo podemos saber cuál es?
Muchos cristianos que luchan con esta pregunta hoy en día no saben que los cristianos del pasado pueden ayudarlos, a partir de sus propias experiencias. La sabiduría cristiana reflejada en las vidas y enseñanzas de los santos nos dice dos cosas que son relevantes en relación con esta pregunta.
Primero, nos dice que Dios no sólo nos conoce y ama en general, sino que se interesa por cada pequeño detalle de nuestras vidas, y que debemos procurar seguir su voluntad en todas las cosas, grandes y pequeñas. Segundo, nos dice que él nos ha dado libre albedrío y razón porque quiere que los usemos para tomar decisiones. Esta tradición está ejemplificada en el famoso lema de San Agustín: “Ama a Dios y (entonces) haz lo que quieras.” En otras palabras, si amas a Dios y su voluntad, cuando hagas tu propia voluntad, estarás haciendo, de hecho, la voluntad de Dios.
¿Estos dos consejos nos llevan en direcciones opuestas o sólo parece ser así? Viendo que obviamente hay una gran verdad en cada uno de ellos, ¿cuál debemos enfatizar más para responder a la pregunta de si Dios tiene un solo camino correcto para nosotros?
Creo que la primera respuesta, y la más obvia, a esta pregunta es que eso depende de la persona que lo pregunte. Tenemos una tendencia a enfatizar una mitad de la verdad en detrimento de la otra, y podemos hacerlo en cualquiera de los dos sentidos. Todas las herejías en la historia de la teología siguen este modelo: por ejemplo, enfatizan la divinidad de Cristo en detrimento de su humanidad, o su humanidad en detrimento de su divinidad; o enfatizan la soberanía divina en detrimento del libre albedrío, o el libre albedrío en detrimento de la soberanía divina.
Los siguientes son cinco principios generales para discernir la voluntad de Dios que pueden aplicarse a todas las preguntas sobre ella, y por lo tanto, también a nuestra pregunta:
Siempre comienza con los datos, con lo que sabes con certeza. Juzga lo desconocido a partir de lo conocido, lo incierto a partir de lo cierto. Adán y Eva dejaron de lado ese principio en el Edén e ignoraron el claro mandamiento y la advertencia de Dios a cambio de una promesa del diablo, que les dio gato por liebre.
Deja que tu corazón eduque tu mente. Deja que tu amor por Dios eduque tu razón para discernir su voluntad. Jesús enseña este principio a los fariseos en Juan 7,17. (Quisiera que ciertos especialistas en las Escrituras lo tuvieran en cuenta) Le preguntaron cómo podían interpretar sus palabras, y él les dio el primer principio de la hermenéutica (la ciencia de la interpretación): “Si quisieran hacer la voluntad de mi Padre, comprenderían mis enseñanzas.” Los santos comprenden mejor la Biblia que los teólogos porque comprenden a su autor primario, Dios, amándolo con todo su corazón y toda su mente.
Ten un corazón blando pero una mente dura. Debemos ser “sabios como serpientes e inofensivos como palomas", astutos como zorros intelectualmente, pero leales como un perro en nuestra voluntad y en nuestras acciones. Un corazón blando no es excusa para una mente blanda, y una mente dura no es excusa para un corazón duro.  En nuestros corazones debemos ser “progresistas apasionados” y en nuestras mentes “conservadores acérrimos”.
Todas las señales de Dios deben alinearse, como una especie de trigonometría. Hay al menos siete señales: (1) Las Escrituras, (2) la enseñanza de la Iglesia, (3) la razón humana (creada por Dios), (4) la situación apropiada, o circunstancias (que él controla con su providencia), (5) la conciencia, nuestra percepción innata del bien y del mal, (6) nuestra inclinación personal individual, o deseo, o instintos, y (7) la oración. Prueba tu elección presentándola ante el rostro de Dios. Si una de esas siete voces dice no, no lo hagas. Si ninguna dice no, hazlo.
Comprueba si se dan los frutos del espíritu, especialmente los primeros tres: amor, alegría y paz. Si estamos enojados, ansiosos y preocupados, si no tenemos amor, alegría y paz, no tenemos derecho a decir que estamos seguros de estar cumpliendo la voluntad de Dios. El mismo discernimiento no debe ser algo rígido, precario y lleno de ansiedad. Más bien –como también forma parte de la voluntad de Dios para nuestras vidas–, tiene que estar lleno de amor, alegría y paz. Debe ser como un juego más que como una guerra. Debe ser como escribir una carta de amor más que como dar un examen final.
Ahora pasemos a nuestra pregunta. ¿Hay en cada caso una sola opción correcta para Dios que debo adoptar? Si es así, debo averiguarlo. Si no, debería relajarme más y soltarme un poco. Aquí hay algunas pistas para responder a esto.
La respuesta depende de la clase de persona que seas. Doy por sentado que muchos lectores de esta página son (1) católicos, (2) ortodoxos y fieles a las enseñanzas de la Iglesia, (3) conservadores y (4) carismáticos. En todos estos años he tenido muchos amigos –simples conocidos, buenos amigos y amigos íntimos–, que cabían en esta descripción. De hecho, yo mismo entro en esa descripción. Por eso hablo desde la experiencia cuando digo que la gente de este tipo tiene una fuerte tendencia a cierto carácter o personalidad –que en sí misma no es ni buena ni mala–, que necesita nutrirse con la primera posibilidad más que con la segunda. La personalidad opuesta necesita poner el énfasis en la segunda posibilidad.
Mi primera pista, basada principalmente en mi observación personal de esta clase de gente, es que a menudo perdemos parte de nuestra humanidad en nuestro deseo –un deseo bueno en sí mismo–, de hallar perfectamente la voluntad de Dios para nosotros. Damos un testimonio terrible a los no cristianos. Para nosotros parece imposible relajarnos, detenernos a oler una rosa, disfrutar la vida tal como Dios nos la da.  Con frecuencia parecemos temerosos, irritables, terriblemente serios, sin humor y crispados. En resumen, la clase de gente que no resulta buena publicidad para nuestra fe.
No estoy sugiriendo que renunciemos ni a una jota de nuestra fe para atraer a los no creyentes. Sólo estoy sugiriendo que seamos humanos. Vayamos a ver un partido. Disfrutemos de un trago –sólo uno–, a menos que corramos el riesgo del alcoholismo. Comportémonos en forma un poco tonta de vez en cuando. Hagamos cosquillas a nuestros niños, también a nuestra esposa. Aprendamos a contar un buen chiste. Leamos la graciosa novela de Frank Schaeffer Portofino. Vivamos en Italia por un tiempo.
Aquí hay una segunda pista. La mayoría de los cristianos, incluyendo a muchos de los santos, no tienen el discernimiento que nosotros estamos pidiendo, el conocimiento de cuál es la voluntad de Dios en cada elección en particular. Es algo poco frecuente. ¿Es posible que algo tan importante sea tan poco frecuente? ¿Es posible que Dios nos haya dejado tan desorientados?
Una tercera pista es las Escrituras. Allí hay algunos ejemplos –la mayoría de ellos milagrosos, muchos de ellos espectaculares–, en los que Dios revela su voluntad. Pero esos ejemplos son mencionados de la misma manera que los milagros: como algo extraordinario, no como algo que se dé en forma general. El “evangelio electrónico” de la salud y la riqueza, “menciónalo y pídelo”, no está basado en las Escrituras, como tampoco lo está la noción de que debemos encontrar la respuesta correcta para cada problema práctico. Nunca recibimos la seguridad de una promesa tan amplia.
La oscuridad y la incertidumbre son tan comunes en la vida de los santos –tanto en las Escrituras como después–, como el dolor y la pobreza. La única garantía que ofrece el Evangelio a toda la humanidad es liberarnos del pecado (y sus consecuencias, la muerte, la culpa y el miedo), no del sufrimiento y las incertidumbres. Si Dios hubiera querido que supiéramos cuál era el camino claro e infalible, seguramente nos lo habría dicho en forma clara e infalible.
La cuarta clave es algo que Dios de hecho nos dio: el libre albedrío. ¿Por qué? Hay una cantidad de buenas razones. Por ejemplo, para que nuestro amor pudiera ser infinitamente más valioso que el afecto instintivo y sin libertad de los animales. Pero creo que veo otra razón. Como profesor, sé que a veces debo ocultar las respuestas a mis alumnos para que ellos mismos las encuentren, y de esa manera las aprecien y las recuerden mejor. De esa manera también aprenden a ejercer su propio juicio en la búsqueda de respuestas. “Dale a un hombre un pescado y lo alimentarás por un día; enséñale a pescar y lo alimentarás toda su vida.” Dios nos dio algunos pescados grandes, pero también nos dio la libertad para pescar muchos peces pequeños (y algunos grandes) nosotros mismos.
La razón y el libre albedrío siempre van juntos. Dios creó las dos cosas en nosotros como parte de su imagen. Él le da una revelación sobrenatural a cada uno: los dogmas a nuestra razón y los mandamientos a nuestra voluntad. Pero de la misma manera en que no nos dio todas las respuestas, ni siquiera en teología, para aplicar los dogmas o deducir sus consecuencias, tampoco nos dio todas las respuestas en moral o una guía práctica para aplicar los mandamientos y deducir sus consecuencias. Nos dio el equipamiento mental y moral para hacerlo, y no se pone muy contento cuando enterramos nuestro talento en la tierra en lugar de invertirlo para que él pueda ver cuánto ha crecido en nosotros cuando vuelva.
En la educación, sé que siempre hay dos extremos. Puedes ser demasiado moderno, demasiado experimental, demasiado deweyano, demasiado desestructurado. Pero también puedes ser demasiado clásico, demasiado rígido. Los estudiantes necesitan iniciativa, creatividad y también originalidad. La ley de Dios es simple. Nos dio diez mandamientos, no diez mil. ¿Por qué? ¿Por qué no nos dio una lista más completa? Porque él quería libertad y variedad. ¿Por qué creen que creó a tantas personas? ¿Por qué no sólo una? Porque él ama las diferentes personalidades. Quiere que su coro cante en armonía, pero no al unísono.
Conozco a cristianos que hacen un enorme esfuerzo intentando conocerse tan bien a sí mismos –a menudo a través de técnicas cuestionables como el eneagrama o formas orientales de oración–, como para asegurarse de tomar en cada momento la decisión que sea exactamente lo que Dios espera de ellos. Creo que es mucho más saludable pensar más en Dios y en tu prójimo, y menos en ti mismo, olvidarte de ti. Seguir tus instintos sin exigir saber todo sobre ellos. Creo que Dios, mientras que lo ames y actúes de acuerdo con su ley, quiere que juegues un poco con las posibilidades.
Con frecuencia me viene a la mente la imagen de Chesterton de una cerca que rodea un jardín de juegos para niños en la cima de una montaña, de manera que puedan jugar sin el temor de caer al precipicio. Por eso nos dio Dios su ley: no para preocuparnos, sino para mantenernos a salvo, de manera que pudiéramos jugar los grandes juegos de la vida, del amor y la felicidad.
Cada uno de nosotros tiene un conjunto diferente de instintos y deseos. El pecado los afecta, por supuesto. Pero el pecado también afecta nuestra razón y nuestros cuerpos, y sin embargo se supone que debemos seguir nuestros instintos corporales (por ejemplo, el hambre y la autoconservación) y nuestros instintos mentales (por ejemplo, la curiosidad y la lógica). Pienso que él quiere que sigamos a nuestros corazones. Sin duda, si Juan ama a María más que a Susana, tiene más motivos para creer que Dios lo está conduciendo a casarse con María y no con Susana. ¿Por qué no ver todas las demás elecciones a la luz del mismo principio?
Desde luego, no estoy sugiriendo que nuestros corazones sean infalibles, o que seguir a nuestros corazones justifique la conducta pecaminosa. Tampoco estoy sugiriendo que el corazón sea la única cosa que debemos seguir. Previamente mencioné siete guías. Pero seguramente es Dios quien ha dispuesto que nuestros corazones espirituales tuvieran deseos y voluntad del mismo modo en que nuestros corazones físicos tienen una aorta y varias válvulas. Nuestros padres también son guías con pecados y fallas, pero Dios nos los dio como guías a seguir. De modo que tiene sentido seguir a nuestros corazones aunque tengan pecados y fallas. Si tu corazón ama a Dios, vale la pena hacer lo que él te dice. Si no ama a Dios, entonces tampoco te interesará demasiado el problema del discernimiento de su voluntad.
Aquí está la quinta pista. Cuando seguimos el consejo de San Agustín "ama a Dios y haz lo que quieras", usualmente experimentamos un gran alivio y paz. La paz es una señal del Espíritu Santo.
Conozco a algunas personas que han abandonado completamente el cristianismo porque les faltaba esa paz. Intentaban ser cristianos perfectos en todo, y la presión era simplemente insoportable. Tendrían que haber leído la carta a los Gálatas.
Aquí está la sexta pista. Si Dios tiene sólo una elección correcta para ti en cada situación, entonces no puedes trazar ninguna línea. Significa que Dios quiere que sepas cuál ambiente debes limpiar antes, la cocina o tu habitación, y qué debes lavar primero, el plato o la taza. Como pueden ver, si uno sigue las implicaciones lógicas de este principio, resulta ser ridículo e imposible de cumplir, y ciertamente no es la clase de vida que Dios quiere para nosotros, la clase de vida que se describe en la Biblia y en las vidas de los santos.
La pista número seis es el principio de que es bueno que haya diversidad de cosas, que el bien es plural. Incluso para una misma persona, a menudo hay dos o más opciones que son tan buenas unas como otras. Dios es caleidoscópico. Hay muchos caminos correctos. El camino a la playa es el correcto y el camino a las montañas también, porque Dios nos espera en los dos lugares. La bondad es de muchos colores. Sólo la maldad pura carece de color y variedad. En el infierno no hay color, no hay individualidad. Las almas se funden como el plomo, o son masticadas todas juntas en la boca de Satanás. Los dos lugares más uniformes en la tierra son las prisiones y los ejércitos, no la Iglesia.
Tomemos un ejemplo específico en el que opciones distintas son igualmente buenas. Hablemos del sexo marital. En la medida que permanezcamos dentro de la ley de Dios –sin adulterios, crueldades, egoísmos, actos antinaturales como, por ejemplo, la anticoncepción–,  todo está permitido. Usemos nuestra imaginación. ¿Hay una sola manera en que Dios quiere que hagas el amor con tu esposa? ¡Qué pregunta tonta! Hacer el amor con tu esposa es algo muy bueno, y es la voluntad de Dios. Él quiere que decidas si lo harás en forma tierna o muy apasionada, moviéndote mucho o poco, en silencio o ruidosamente, de modo que tu esposa sepa que eres quien decide, y no otra persona o algún libro.
La pista número siete es un ejemplo a partir de mi propia experiencia actual. Por primera vez estoy escribiendo una novela, y aprendiendo a hacerlo. Primero, la puse en las manos de Dios, le dije que quería hacer esto por su reino y que confiaba en que él me guiaría. Luego, simplemente me dejé guiar por mis propios intereses, instintos e inconsciente. Dejo que la historia se narre a sí misma y que los personajes vayan tomando forma solos. Dios no me detiene o me dice cuándo empezar. Él no hace mi trabajo por mí. Pero está allí, como un buen padre.
Creo que vivir es como escribir una novela. Es escribir la historia de tu propia vida y formar tu propia persona (pues uno se da forma a sí mismo con todas sus elecciones, como una estatua que se esculpe a sí misma). Desde luego, Dios es el autor primario, el escultor primordial, pero usa diferentes medios humanos para obtener diferentes resultados humanos. Él también es el autor primario de todos los libros de la Biblia, pero la personalidad de cada uno de sus autores se ve en ellos tan claramente como en la literatura secular.
Dios es el narrador universal. Él quiere muchas historias distintas. Y quiere que le agradezcas por esa historia única que surge de tu libre albedrío y tus elecciones. Porque tu libre albedrío y su plan eterno no son cosas que compiten entre sí, sino dos lados de una misma moneda. No podemos comprender totalmente este gran misterio de la vida, porque sólo vemos la parte de atrás del tapiz. Pero creo que en el cielo, una de las cosas por las que más alabaremos y agradeceremos a Dios será la arriesgada y maravillosa manera en que puso en nuestras manos el volante de nuestras vidas, como un padre que enseña a su hijo a conducir.
Es algo que tenemos que aprender, porque en el cielo los autos son mucho más grandes. Allí, regiremos sobre ángeles y reinos.
Dios, al darnos a todos el libre albedrío, nos dijo: “Que se haga tu voluntad.” Algunos nos volvemos hacia él y decimos: “Mi voluntad es que se haga tu voluntad.” Eso es obediencia al primer mandamiento, el mayor de todos. Entonces, cuando hacemos eso, él se vuelve a nosotros y dice: “Y ahora, se hará tu voluntad.” Luego escribe la historia de nuestras vidas con las pinceladas de nuestras propias elecciones.

© Peter Kreeft
Translated by Catholic Translator
http://catholictranslations.blogspot.com
Originally published in The Integrated Catholic Life

3 comments:

  1. Excelente Peter Kreef !!!! Las personas ya bastante mayores como yo, hemos vivido llenas de prejuicios pensando siempre que cumplir la voluntad de Dios es díficil. ¡que bueno los pasos a seguir que nos confía Peter Kreef!

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  2. Excelente artículo, gracias por traducirlo. Dios te bendiga.

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  3. Gracias Peter por la catequesis. Que Dios los bendiga y sigamos haciendo la voluntad de Dios.

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